lunes, 27 de septiembre de 2010

Caminar despacio por las calles. II

"Hay ciudades que parecen soñarse a sí mismas. La gran mayoría de sus habitantes viven ajenos al reverso legendario de las calles que transitan. Conviven con su ciudad sin prestarle apenas atención, como un ruido de fondo y un atasco infinito. Pekín es una de estas megalópolis del siglo XXI, atareadas y vulgares, habitadas sin saberlo por sueños literarios en fuga. Escribió Francisco de Quevedo en su soneto A Roma sepultada en sus ruinas: "Buscas en Roma a Roma, ¡oh, peregrino!, y en Roma misma a Roma no la hallas". Lo mismo podría decirse de Pekín.
Muy poco podrá grabar del viejo Pekín en la memoria de su cámara digital el moderno peregrino que se acerca a la todavía hoy capital imperial del norte. Apenas una docena de islotes: templos, parques y palacios salvados milagrosamente de la furia iconoclasta de la revolución cultural sobreviviendo en medio de un bosque de grúas, autovías de circunvalación, anuncios luminosos y rascacielos en construcción. El espejismo olímpico se está encargando de aventar las últimas brumas de un pasado irremediablemente abolido. Ciertamente, los hutong, los callejones llenos de tipisismo y sabor inmemorial del viejo Pekín, eran nidos insalubres de fría y húmeda incomodidad para sus habitantes, pero no era la simple demolición sistemática la única solución posible. Ni la salvaguarda de unos pocos callejones reconvertidos en parque temático de cartón piedra para solaz de las legiones de turistas en procesión.
Entre tanto la ciudad no ha dejado nunca de soñarse a sí misma. La conjunción de vidas cruzadas y la presión en un solo punto del mapa de siglos de historia acumulada cristalizan en páginas de ficción, memoria y leyenda. El tenue aroma inconfundible de las ciudades literarias lo perciben como nadie los recién llegados y los que se saben irremediablemente extranjeros, de paso en ellas. Nunca ha faltado quien vele y quien cifre este sueño, de madrugada, sentando ante el parpadeo de una luz vacilante o de una pantalla de cristal líquido. Son unas cuantas las ciudades capaces de despertar una fascinación enfermiza e incurable en los extranjeros que en ellas han residido; pero son pocas las ciudades capaces de brindar relatos incluso a aquellos que nunca las han visitado. Pekín es una de estas raras ciudades esencialmente literarias."

Manel Ollé
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"Pekín fue mi hogar desde 1946, dos años antes de la revolución comunista, hasta 1950, dos años después. Yo era la mitad americana de un intercambio entre la Universidad de Michigan - en la que estudiaba cultura china - y la Universidad de Yenching, en Pekín, así que partí hacia China tan pronto como me licencié y llegué a Pekín en el otoño de 1946. Me faltaban dos meses para cumplir veinte años. (...)
Plato chino, siglo XIX ©Johanna Lozoya
Durante mis primeros meses nunca imaginé que viviría el último asedio de la mayor ciudad amurallada del mundo, ni me casaría con la hija de una de las familias más antiguas y aristocráticas de Pekín. En cambio, me dediqué con fruición a conocer los alrededores y a hacer amigos entre los colegas de la Universidad de Yenching, donde estudiaba poesía china, y de la Universidad de Quinghua, donde enseñaba inglés. Más tarde conocí a aquel extraordinario grupo de extranjeros que había hecho de Pekín su hogar. La ciudad nos invitaba a quedarnos, a instalarnos en una preciosa casa antigua, a disfrutar de sus patios a la sombra de los cedros, a organizar fiestas para admirar la luna o los jardines cubiertos de nieve. Pekín tenía el poder de tocar, transformar y embellecer a todos cuantos vivían entre sus antiguas murallas.
Sólo quedan unos pocos de aquellos occidentales que vivieron en la ciudad; no seremos m´s de una veintena repartidos en la ciudad; no seremos más de una veintena repartidos por todos los rincones del mundo. Siempre tuve la esperanza de que algún académico joven y brillante - becado generosamente - se interesaría por nosotros y por nuestros amigos chinos antes de que fuera demasiado tarde, de que estuviéramos todos muertos y las maravillas que habíamos contemplado quedaran sepultadas en el olvido.
Pero ese joven brillante aún no ha aparecido. Por lo que sé, soy el único cronista con material de primera mano sobre esos años extraordinarios que vieron el final de la vieja China y los comienzos de la nueva."

David Kidd, Historias de Pekín, 1988

David Kidd, Historias de Pekín, Prólogo de Manel Ollé, Barcelona, Libros del Asteroide, 2008. ISBN 84-934315-9

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