martes, 30 de noviembre de 2010

Etgar Keret: "ROMPER EL CERDITO"


"Mi padre no accedió a comprarme un muñeco de Bart Simpson. Y eso que mi madre si quería, pero mi padre no cedió y dijo que soy un caprichoso.
-¿Por qué se lo vamos a tener que comprar, eh? - le dijo a mi madre -. No tiene más que abrir la boca y tú ya te pones firme a sus órdenes.
Mi padre añadió que no tengo ningún respeto por el dinero, que si no aprendo a tenérselo ahora que soy pequeño, ¿cuándo voy a hacerlo? Los niños a los que les compran sin más muñecos de Bart Simpson se convierten de mayores en unos maleantes que roban en las tiendas porque se han acostumbrado a conseguir todo lo que se les antoja de la forma más fácil. Así es que en vez de un muñeco de Bart Simpson me compró un cerdito feísimo de cerámica con una ranura en el lomo, y ahora sí que me voy a criar siendo una persona de bien, ahora ya no me voy a convertir en un maleante. 
Lo que tengo que hacer a partir de hoy, todas las mañanas, es tomarme una taza de chocolate, aunque lo odio. El chocolate con leche es un shekel; sin leche, medio shekel, pero si después de tomármelo voy directamente a vomitar, entonces no me dan nada. Las monedas se las voy echando al cerdito por el lomo, de manera que si lo sacudo hace ruido. Cuando en el cerdito haya tantas monedas que al sacudirlo no se oiga nada, entonces me regalarán un muñeco de Bart Simpson en patineta. Porque como dice mi padre, eso sí es educar. 

El caso es que el cerdito es muy lindo, tiene el hocico frío cuando uno se lo toca y, además, sonríe al meterle el shekel por el lomo, lo mismo que cuando sólo se le echa medio shekel, aunque lo mejor es que también sonríe cuando no se le echa nada. Además le he buscado un nombre, le he puesto Pesajson, como el hombre que tuvo nuestro buzón antes que nosotros, un buzón del que mi padre no consiguió arrancar la etiqueta. Pesajson no es como mis otros juguetes, es mucho más tranquilo, sin luces ni resortes, y sin pilas que le derramen su líquido por la cara. Lo único que hay que hacer es tenerlo vigilado para que no salte de la mesa. 
- !Pesajson, cuidado, que eres de cerámica! - le digo cuando me doy cuenta de que se ha agachado un poco y mira al suelo, y entonces él me sonríe y espera pacientemente a que yo lo baje. Me encanta cuando sonríe y espera pacientemente a que yo lo baje. Me encanta cuando sonríe; es sólo por el que me tomo el chocolate con leche todas las mañanas, para poderle echar el shekel por el lomo y ver que su sonrisa no cambia ni una pizca. 
Midiendo la chancha, Francisco Toledo. Foto: Johanna Lozoya
- Te quiero, Pesajson - le digo después -, y para ser sincero te diré que te quiero más que a papá y a mamá. Además siempre te querré, pase lo que pase, aunque robes tiendas. !Pero si llegas a saltar de la mesa, pobre de ti!

Ayer vino mi padre, agarró a Pesajson y empezó a sacudirlo salvajemente boca abajo.
- Cuidado, papá - le dije -, a Pesajson le va a doler la panza- pero mi padre siguió como si nada.
-No hace ruido, ¿sabes que quiere decir eso, Yoavi? Que mañana vas a tener un Bart Simpson en patineta. 
- !Qué bien, papá! - le dije -. Un Bart Simpson en patineta, genial. Pero deja de sacudirlo, porque haces que se sienta mal. 
Papá dejó Pesajson en su sitio y fue a llamar a mi madre. Volvió al cabo de un minuto arrastrándola con una mano y agarrando un martillo con la otra. 
- ¿Ves cómo yo tenía razón? - le dijo a mi madre -, ahora sabrá valorar las cosas, ¿a que sí, Yoavi?
- Pues claro - le respondí -, claro que sí, pero ¿por qué un martillo?
- Es para ti - dijo mi padre mientras me lo entregaba -, pero ten cuidado.
- Pues claro que lo voy a tener - le respondí, porque la verdad es que así era, pero a los pocos minutos mi padre se impacientó y me espetó:
- !Venga, rompe el cerdito de una vez!
- ¿Qué? - exclamé yo -. ¿Romper a Pesajson?
- Si, si, a Pesajson - insistió mi padre - . Anda, venga, rómpelo. Te mereces ese Bart Simpson, te lo has ganado a pulso.
Pesajson me brindó la melancólica sonrisa de un cerdito de cerámica que sabe que ha llegado a su fin. Al diablo con el Bart Simpson, ¿cómo iba a darle un martillazo en la cabeza a un amigo?
- No quiero un Bart Simpson - dije, y le devolví el martillo a mi padre -, me basta con Pesajson.
- No lo has entendido - me aclaró entonces mi padre-, no pasa nada, así es como se aprende, ven, lo voy a romper yo. Alzó el martillo mientras yo miraba los ojos desesperados de mi madre y luego la sonrisa fatigada de Pesajson, y entonces supe que todo dependía de mi, que si no hacía algo, Pesajson iba a morir. 
- Papá - le dije sujetándolo de la pernera. 
- ¿Qué pasa, Yoavi? - me respondió con el martillo todavía en alto.
- Quiero un shekel más, por favor - le supliqué -, deja que le eche otro shekel, mañana, después del chocolate, y entonces lo rompemos, mañana, lo prometo. 
- ¿Otro shekel? - sonrió mi padre, dejando el martillo sobre la mesa -. ¿Ves, mujer?, he conseguido que el niño tome conciencia. 
- Eso, sí, conciencia - le dije -, mañana.- Y eso que las lágrimas ya me ahogaban la garganta.
Cuando ellos ya habían salido de la habitación abracé con mucha fuerza a Pesajson y di rienda suelta a mi llanto.
Pesajson no decía nada, sino que muy calladito temblaba entre mis brazos.
- No te preocupes - le susurré al oído-, te voy a salvar.

Por la noche me quedé esperando a que mi padre terminara de ver la tele en la sala y se fuera a dormir. Entonces me levanté sin hacer ruido y me escabullí con Pesajson por la galería. Caminamos juntos muchísimo rato en medio de la oscuridad, hasta que llegamos a un campo lleno de ortigas. 
- A los cerdos les encantan los campos - le dije a Pesajson mientras lo dejaba en el suelo-, especialmente los campos de ortigas. Vas a estar muy bien aquí. 
Me quedé esperando una respuesta, pero Pesajson no dijo nada, y cuando le rocé el morro como gesto de despedida, se limitó a clavar en mí su melancólica mirada. Sabía que nunca más volvería a verme. "

Etgar Keret, Extrañando a Kissinger, traducción Ana María Bejarano, México, Sexto Piso, 2009. ISBN 978-607-7781-004

jueves, 25 de noviembre de 2010

Hugo Hiriart: "DONDE SE PLANTEA UNA CUESTIÓN, Y SENTENCIA QUE FUE DADA EN ALEJANDRÍA"

"Este cuento, como dijimos, es de autor anónimo y fue escrito en Florencia a fines del siglo XIII. Me parece que su tema tiene mucho qué ver con la imaginación. 

En la Alejandría que está en Rumania (ya que hay 12 Alejandrías), fundada por Alejandro en marzo, antes de que muriese, en el barrio donde están los sarracenos y venden sus fritangas, un día lunes, un cocinero mahometano, que tenía por nombre Fabratto, se hallaba en su cocina cuando llegó un pobre sarraceno con un pan en la mano. No tenía dinero para comprar nada y puso su pan encima del caldero para que recibiera el humo que de ahí salía. Lleno de deleite mordía el pan ahumado por el humo del manjar que estaba cocinándose en el caldero, y así lo comió todo. Este Fabratto no había vendido bastante por la mañana, túvolo por mal agüero, y con disgusto atrapó al pobre sarraceno y le dijo: 
- Págame lo que has tomado de lo mío.
El pobre respondió: 
- No he tomado de tu manjar otra cosa que humo.
- De lo que cogiste, págame - vociferaba Fabratto.

Identidad de la imagen, 1998. Manuel Felguérez
Tanta fue la disputa que, por no haber ocurrido nunca antes un pleito de esta naturaleza, llegó al Soldán. Éste, por la mucha novedad del caso, reunió a los sabios. Se trabó pleito. Los sabios sarracenos comenzaron a sutilizar. Uno sostenía que el humo no era del cocinero y aducía que: el humo no se puede retener, se convierte en olor que carece de sustancia y de propiedad alguna que sea útil, y no debe, pues, pagarse. Otro decía que el humo está unido al manjar; de él depende y se genera de sus propiedades, el cocinero vende su mercancía, si se toma el humo se debe, pues, pagar. Hubo muchos pareceres. Finalmente un sabio impuso su consejo diciendo:
- Puesto que el cocinero está para vender su mercancía y el otro para comprarla, tú, justo señor, haz que pague justamente su valor. Si cuando el cocinero vende una útil propiedad del manjar, se le paga con útil moneda, ahora que ha vendido humo, que es la parte inútil de la cocina, haz, señor, sonar una moneda, y juzga que tenga por pago el sonido que de ella sale. 
Y así sentenció el Soldán que fuese observado.

¿No te recuerda esto a la imaginación?"

Hugo Hiriart, Los dientes eran el piano. Un estudio sobre arte e imaginación, México, Tusquets, 1999. ISBN 968772383-1

domingo, 21 de noviembre de 2010

Caminar despacio por las calles. VIII

"Salimos, el viento de regreso nos daba por detrás, nos pezcaba del cogote, nos propinaba alguna patada. Una ola mayor nos salpicó y me entró la alegría de correr durante unos pasos. Don Gaetano se sujetaba en la cabeza la boina empapada. Estábamos solos, `o vient ´había encerrado a la ciudad en casa. Me la imaginé abandonada, con las personas que habían huido, dejando las puertas abiertas y las ollas en el fuego. Podía entrar en todos los edificios, sentarme en el sillón del obispo y del alcalde, vivir en el palacio real, subir a los barcos. También los americanos habían desaparecido, dejando el portaviones vacío en medio del puerto. La idea me hacía cosquillas en la nariz. Duró hasta que los vi venir contra el viento cara a nosotros. Corrían en grupo, con camiseta, pantalones cortos y tenis deportivos. Nosotros somos muy abrigados y ellos medio desnudos: habían desaparecido los ciudadanos, habían desembarcado los marcianos. Don Gaetano y yo nos miramos los pies para saber si estábamos en el suelo o por el aire. Correr para nosotros era un verbo serio. 
Uno de nosotros echaba a correr para escapar de un terremoto, de un bombardeo. Correr sin ser perseguidos era como hervir agua sin tener la pasta. Nos pasaron por delante concentrados en sus movimientos, resoplando contra el viento. 
- No puede ser de verdad, don Gaetano, ésta es una alucinación debida al café hirviendo.
- Vaya si existen. Son el último pueblo inventado por el mundo, el último en llegar. Saben hacer la guerra y los automóviles. Es un pueblo de niños engrandecidos. Si les preguntas dónde se encuentran, contestan que lejos de casa. Existen. Para ellos, somos nosotros los inexistentes. Se cruzan con nosotros, nos pasan por delante y no nos ven. Viven aquí y ni siquiera ven el volcán. He leído en el periódico que un marinero americano se ha caído en la boca del Vesubio. No es nada raro, no lo había visto. 

Dejamos el paseo marítimo, entre los callejones reapareció nuestra multitud, tupida y despistada. Los viejos se movían inseguros, en busca de apoyo, los niños abrían los brazos para dejarse arrastrar por los golpes del viento. No había ropa tendida, retirada para no perderla dentro de las ráfagas. Sin sábanas colgadas se veía en lo alto el cielo jaspeado de nubes hinchadas, aromáticas como las empanadas fritas. 
- ¿Tienes hambre? - me preguntó don Gaetano, echando un ojo hacia lo alto. 
Había oído mis pensamientos sobre la nube.
- Culpa de ellas, están fritas por vocación. 

Era el día de la convalecencia de la felicidad. Don Gaetano y `o vient ´ habían cargado con el cometido de hacerme digerir el domingo. Lo estaban consiguiendo. Así supe de la felicidad que ha de olvidarse al día siguiente. No pensaba en Anna. Las magulladuras del cuerpo bastaban para dar cuenta del paso radiante de la felicidad. "

Erri de Luca, El día antes de la felicidad, traducción de Carlos Gumpert, México, Sexto Piso, 2010. ISBN 978-607778104-2

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"La felicidad es un "regalo". Tiene un antes y un después, posibles de identificar si se presta atención a la multiplicidad de signos en los que se revela su nombre. Descifrar su llegada constituye un verdadero arte. Don Gaetano, portero de un edificio en la Nápoles de los años cincuenta, tiene el don de escuchar los pensamientos de las personas. Será él quien, a través de sus historias sobre la crudeza de la guerra y el heroísmo del pueblo napolitano, inicie en este arte al narrador de la novela, un joven huérfano de dieciocho años. 

Erri de Luca nació en Nápoles en 1950. A los dieciocho años ingresó a las filas de Lotta Continua, movimiento político de izquierda del que fue dirigente en los años setenta. Luego de desempeñar distintos oficios - camionero, obrero, albañil -, se inclinó por la escritura, constituyéndose como uno de los autores italianos más importantes en la actualidad. El día antes de la felicidad es uno de sus más recientes trabajos. "

Editorial, Sexto Piso

martes, 16 de noviembre de 2010

Caminar despacio por las calles. VII

Christo, Mastaba project, 1966
" Se durmió. Cuando volvió a abrir los ojos y se dejó rodar sobre la espalda, el sol se ponía. El viento pasó a través de las hierbas con un rumor misericordioso. Tres pinos anudaban y desanudaban fraternalmente sus ramas con grandes gestos apaciguadores. Robinsón sintió que su alma ligera volaba hacia una pesada nave de nubes que cruzaba el cielo con una majestuosa lentitud. Un río de dulzura corría dentro de él. Fue entonces cuando tuvo la certeza de un cambio en el peso de la atmósfera quizá, o en la respiración de las cosas. Se hallaba en la otra isla, la que una vez había entrevisto y que nunca más se había vuelto a mostrar después. Sentía, como nunca anteriormente, que estaba acostado sobre la isla, como si estuviera sobre alguien, que tenía el cuerpo de la isla bajo sí. Era un sentimiento que jamás había experimentado con aquella intensidad, ni siquiera cuando caminaba con los pies desnudos sobre los guijarros y sin embargo !era tan vivo! La presencia casi carnal de la isla contra él, le calentaba, le emocionaba. Estaba desnuda, aquella tierra que le envolvía. El se desnudó a su vez. Con los brazos en cruz, el vientre tenso, abrazaba con todas sus fuerzas aquel cuerpo telúrico, quemado durante toda la jornada por el sol y que liberaba un sudor almizclado en el aire más fresco de la tarde. Su rostro cerrado escarbaba en la hierba hasta las raíces y con la boca sopló un aliento cálido en pleno humus. Y la tierra respondió: le envió al rostro una bocanada sobrecargada de olor que enlazaba con el alma de las plantas fenecidas y el olor a cerrado, pegajoso de las simientes de los brotes en gestación. !Hasta qué punto se entremezclaban y confundían sabiamente la vida y la muerte en aquel nivel elemental! Su sexo agujereó el suelo como si fuera la reja de un arado y se vertió allí en una inmensa piedad por todas las cosas creadas. !Extraña sementera a imagen del gran solitario del Pacífico! Aquí yace, agotado, aquel que casó con la tierra y le parece - minúscula rana adherida perezosamente a la piel del globo terráqueo - girar vertiginosamente con ella en los espacios infinitos... Al fin se levantó de nuevo en medio del viento, un poco aturdido, y fue saludado con vehemencia por los tres pinos unánimes a los que respondió la ovación lejana del bosque tropical cuyo plumón verde y tumultuoso bordeaba el horizonte. "

Michel Tournier, Viernes o los limbos del Pacífico, México, Alfaguara, Colección Fin de Siglo, 1992. ISBN 9-789682-939662

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"Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro: el verano se adelantó. Puse la cama cerca de la pileta de natación y estuve bañándome, hasta muy tarde. Era imposible dormir. Dos o tres minutos afuera bastaban para convertir en sudor el agua que debía protegerme de la espantosa calma. A la madrugada me despertó un fonógrafo. No pude volver al museo, a buscar las cosas. Hui por las barrancas. Estoy en los bajos del sur, entre plantas acuáticas, indignado por los mosquitos, con el mar o sucios arroyos hasta la cintura, viendo que anticipé absurdamente mi huida. Creo que esa gente no vino a buscarme; tal vez no me hayan visto. Pero sigo mi destino; estoy desprovisto de todo, confinado al lugar más escaso, menos habitable de la isla; a pantanos que el mar suprime una vez por semana.
Café VI ©Johanna Lozoya 2010
Escribo esto para dejar testimonio del adverso milagro. Si en pocos días no muero ahogado, o luchando por mi libertad, espero escribir la Defensa ante sobrevivientes y un Elogio de Malthus. Atacaré, en esas páginas, a los agotadores de las selvas y de los desiertos; demostraré que el mundo, con el perfeccionamiento de las policías, de los documentos, del periodismo, de la radiotelefonía, de las aduanas, hace irreparable cualquier error de la justicia, es un infierno unánime para los perseguidos. Hasta ahora no he podido escribir sino esta hoja que ayer no preveía. !Cómo hay de ocupaciones en la isla solitaria! !Qué insuperable es la dureza de la madera! !Cuánto más grande es el espacio que el pájaro movedizo!
Un italiano, que vendía alfombras en Calcuta, me dio la idea de venirme; dijo (en su lengua):
- Para un perseguido, para usted, solo hay un lugar en el mundo, pero en ese lugar no se vive. Es una isla. Gente blanca estuvo construyendo, en 1924 más o menos, un museo, una capilla, una pileta de natación. Las obras están concluidas y abandonadas.
Lo interrumpí; quería su ayuda para el viaje. El mercader siguió:
- Ni los piratas chinos, ni el barco pintado de blanco del Instituto Rockefeller la tocan. Es el foco de una enfermedad, aún misteriosa, que mata de afuera para adentro. Caen las uñas, el pelo, se mueren la piel y las córneas de los ojos, y el cuerpo vive ocho, quince días. Los tripulantes de un vapor que había fondeado en la isla estaban despellejados, calvos, sin uñas - todos muertos - cuando los encontró el crucero japonés Namura. El vapor fue hundido a cañonazos.
Pero tan horrible era mi vida que resolví partir... El italiano quiso disuadirme; logré que me ayudara.
Anoche, por centésima vez, me dormí en esta isla vacía... Viendo los edificios pensaba lo que habría costado traer esas piedras, lo fácil que hubiera sido levantar un horno de ladrillos. Me dormí tarde y la música y los gritos me despertaron a la madrugada. La vida de fugitivo me aligeró el sueño: estoy seguro de que no ha llegado ningún barco, ningún aeroplano, ningún dirigible. Sin embargo, de un momento a otro, en esta pesada noche de verano, los pajonales de la colina se han cubierto de gente que baila, que pasea y que se baña en la pileta, como veraneantes instalados desde hace tiempo en los Teques o en Marienbad."


Adolfo Bioy Casares, La invención de Morel, Buenos Aires, Emecé Editores, 1953.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Etgar Keret: "GOTAS"

    
" Mi novia dice que alguien en Estados Unidos ha inventado una pastilla que hace que no te sientas solo. Lo oyó ayer, en la cápsula informativa Sesenta segundos de la emisora del ejército, y ya le está enviando una carta urgente a su hermana para que le compre un cargamento y se lo mande por correo. En Sesenta segundos dijeron que en la Costa Este la venden en todos los comercios y que en Nueva York ya ha causado furor. Viene en dos presentaciones: en gotas o en aerosol. Mi novia lo ha pedido en gotas, porque puede que no se quiera sentir sola, pero lo que no quiere es dañar la capa de ozono. 

Las gotas te las echas en el oído y al cabo de veinte minutos dejas de sentirte solo. Actúan químicamente sobre no sé que zona del cerebro, habían explicado por la radio, pero mi novia no lo había entendido bien. Porque no es que sea precisamente Madame Curie, mi novia, y yo hasta diría que es un poco boba. Se pasa el día sentada pensando en que le voy a ser infiel, que la voy a dejar y cosas así. Pero yo la quiero, la quiero con locura. Cuando vuelve de la oficina de correos me dice que ahora ya puede dejar de vivir conmigo. Porque las gotas, tarán-tarán, van a llegar pronto y ya no le va a dar miedo estar sola.

 - ¿Dejarme? - le digo -. ¿Por unas gotas?¿Cómo es posible?
Pero si la quiero, la amo con locura.
- Vete, si quieres - le digo -, pero quiero que sepas que ni esas asquerosas gotas para los oídos ni ningunas otras te van a querer como yo te he querido. 
Lo que sí es verdad es que las gotas de los oídos no le van a ser infieles. Eso es lo que ella dice, después, se va. Como si yo sí le fuera a ser infiel.

Ahora ha alquilado una buhardilla en Florentin y todos los días espera al cartero. Yo, por mi parte, no tengo ninguna relación con el correo, no me emociona, y es que no tengo amigos en el extranjero que me manden cosas. si los tuviera, hace ya tiempo que habría ido a visitarlos. Habría salido a tomar unas copas con ellos y les habría contado mis penas. Los abrazaría mucho y no me avergonzaría de llorar delante de ellos y todas esas cosas. Podríamos estar juntos años, pasarnos así la vida entera. De la manera más natural, como siempre se ha hecho, muchísimo mejor que con unas gotas."

Etgar Keret, "Gotas", en Extrañando a Kissinger, México, Sexto Piso, 2009. ISBN978-607-7781-00-4

...
"Nacido en Tel Aviv en 1976, Etgar Keret es, hoy en día, el escritor más popular entre la juventud israelí. Keret comenzó a escribir en 1992 y desde entonces ha publicado cuatro libros de cuentos, una novela, tres libros de cómic y un libro para niños. Sus libros han sido best-sellers en Israel y han recibido elogios de la crítica internacional. (...) Más de cuarenta cortometrajes se han basado en sus historias. Sus cuentos han sido adaptados al teatro en Israel.

Desde su irrupción en el panorama literario internacional, Etgar Keret ha cautivado a lectores de todo género y edad con su particular estilo literario. En relatos de unas cuantas páginas, Keret plasma situaciones límite de la vida diaria, que cuando es mirada a través de su minuciosa lupa, revela no tener nada de cotidiana. Su escritura refleja la volátil, violenta e incierta realidad de Medio Oriente, pero no desde la grandilocuencia ética o moral, sino mediante fugaces destellos de situaciones y personajes inmersos en un caos que los trasciende, en un intento por mantener la cabeza a flote, encontrando valor y sentido en el absurdo circundante."


Editorial Sexto Piso